miércoles, 13 de noviembre de 2019

Entre cantes y colchones


Mi padre tenía una referencia exacta, dictada por el corazón, de lo que quería ser en la vida. En aquella España de los 60, las compañías de revistas y variedades pululaban a lo largo y ancho de los pueblos de esta querida piel de toro, entreteniendo con habilidades de todo tipo, artistas de variopinta solvencia: cantaores flamencos, guitarristas, cómicos, malabaristas, cantantes etc… Y mi padre, jovencito al que le entusiasmaba el cante de Valderrama o El Pinto, quería irse con ellos, cuando las troupes arribaban por Macotera en parada, fonda y espectáculo. El espíritu de Capucho, el hijo de Inés y Fernando, no era de este mundo, del mundo del labrantío obediente al amo, como su padre, al mundo de la yunta de bueyes que adormecían los días en las parvas…en fin  ese mundo que con tanta destreza lírica describe Gabriel y Galán en su  frondoso versiculario campesino y un halo de miseria.
 Hay por casa una foto de mi padre, joven, herrando una mula, con su piel cetrina de gitano oreándole el rostro, quitándole rigor a la faena, mirando a la cámara de un ignoto y desconocido fotógrafo. Esa foto no es mi padre, es un trasunto que anuncia una rebeldía. Y un abandono que toma cuerpo cuando el pueblo se le achica y con una guapa moza se viene a la ciudad a buscar hormas adecuadas que se ajusten a sus pies de tipo espabilado por naturaleza, corto de conocimientos y largo de entendederas.
 Hoy en día se les llama emprendedores y en torno a ellos se ha creado una ideología un tanto obscena o cuanto menos provocativa porque recoge, actualiza y envuelve en papel de celofán, una teoría ya sabida y manejada con desparpajo y desenvoltura por gente como mi padre en aquella España lubrificada por el inmovilismo, y aún y todo, por la esperanza. Era un estado efectivo de la universal condición humana: los que se atreven y los que se acomodan. Puede que les parezca de un reduccionismo simplón, pero, al final, la conclusión es esa.
 Y el Sr. Virgilio era de los primeros. Con cuatro hijos en sucesivas oleadas, se buscó la vida con honradez, vigilando que su juventud y madurez dieran tanto de si como la fuerza de sus músculos de finas hechuras le fuera posible. De una nube de piedras, en el suelo, mi padre construía un mundo de terciopelo lanar para que la señora, el señor y el niño pudieran descifrar fácilmente el diabólico laberinto de los sueños.
 Y confiaron en él porque sus formas y su conducta eran de fiar. Y todo eso lo fue murmurando y complementando con su propio sueño: cantar flamenco.
 Y así, entre cantes y colchones transcurrió la vida de este hombre que sabía con amplitud de toreo bueno y de galgos cabales; y que en la última meta volante de sus días se fue bebiendo sus pasiones sin mesura para finalmente demostrarnos, en la criba de su devenir vital, que lo que hizo y demostró ahí queda, escrito para los restos. Y los granos de trigo que pasaron por los pequeños agujeros son los que yo me guardo en los cajoncitos del corazón. El resto quizá lo avente el tiempo y la memoria.

lunes, 5 de agosto de 2019

La segunda ilusión


(A Paz)

Sólo mi soledad es luz y cierta,
sólo esta llama aviva este momento,
sólo el agobio es ya una rosa abierta
y el sabor es frugal y no cemento.

La noche ante mi  adorna estrellas,
la sombra por detrás es lejanía,
de todo el firmamento sólo ellas
me devuelven la vida que quería.

Sólo dejo atrás planes y risas,
una historia de amor por consentida
una forma de dudar, al fin un yerro.

Pero mira, aquí estoy guapa y erguida,
con años ahí mismo y nuevas risas
y si la gana me da me compro un perro.





miércoles, 13 de marzo de 2019

A Rubén (por nuestro arte)

Una taleguilla rota,
un puñal fino y certero,
dulce sangría que brota
del corazón de un torero.

Decidme a mí que es mentira,
que es baldío e indecente
que por sangrar tanta herida
se emocione tanta gente.

Que es de Dios toreo y cante,
que es del alma tanta dicha,
que es del arte un estandarte
llorado en esta desdicha.