viernes, 12 de febrero de 2021

Mi casa tiene mi piel

 

Mi rostro por cada esquina, y mis amuletos, las sirenas

que arrullaron la melodía olfativa de mis muertos.

Tiene la fórmula para que aniden los pájaros en mis cuerdas vocales.

Tiene la sangre que despereza mis desayunos y el trigo de mis sueños.

La luz bendita de mi padre ya enmarcado en sepia su retrato,

El soliloquio amable de las horas eternas

y los pasos dudosos de mis hijos breves. Tiene la feliz arquitectura

del calostro de sus balbuceos y el laurel que premia el cofre de su crecimiento.

Mi casa tiene mi piel y mi agonía y en su pasillo se fue de súbito mi hombre

amado, mi otro corazón, hondo y severo pilar, la encina de mi vida.

Mi casa guarda el humo de la hoguera de aquel día. El borbotón del llanto

y la simiente inerte de los geráneos no nacidos para cuando volvió la primavera.

Y los vértigos de las desdichas tiene. ¡Y tantos y tantos desagües rotos!

Y la demencia de la abuela coja, desarmado el intestino y rubicundo el genio.

Tiene la adolescencia de mis niños y sus novias gacelas

 tiene la primera regla de mi nieta, abandonada al susto.

 Y tiene el sueño lloroso en el vientre de su abuela…

 Son muchas las pieles de mi casa.

 También tiene el trabajo y la alegría

 y tiene funerales y un mantón lleno de heridas.

¡Y cuando se rompió la lavadora y volaron mil peces de su oronda barriga!

Charcos, charcos, charcos, son ahora mi piel. ¡Treinta años de piel

se arrancan, se devoran, atronan con estacas la mente!.

Mi cama, mi almohada, mi cuchara y mi brasero, la manta,

mi perrita, la cocina, las cazuelas…mi vestido de novia,

¡las fotos, Dios, las fotos!

Abrir la ventana como todos los días, ¡y gritar, gritar!

Y en esta piel espero otra vez, dicen que otro recodo en el camino.

Hay, dicen, otra noche por delante, otra noche más, esperándome

y luego ya vendrán a despojarme, como a Cristo.

Y a colocarme la túnica de la burla porque dicen que mi piel no es mía.

Todo cruje en la casa ahora y las heridas van vertiendo líquenes

en los vasos comunicantes que forman nuestros lazos.

El grito regresa a mi garganta, virgen aún, sin la fuerza gutural del terror.

Abro de nuevo la ventana, miro al cielo y me dejo caer.

Es hora de irse ya. Con mi casa, con mi piel.

Es hora de volver al sueño.

De empezar de nuevo.

En mi casa.

En mi piel.