Mi rostro por cada esquina, y
mis amuletos, las sirenas
que arrullaron la melodía
olfativa de mis muertos.
Tiene la fórmula para que
aniden los pájaros en mis cuerdas vocales.
Tiene la sangre que despereza
mis desayunos y el trigo de mis sueños.
La luz bendita de mi padre ya
enmarcado en sepia su retrato,
El soliloquio amable de las
horas eternas
y los pasos dudosos de mis
hijos breves. Tiene la feliz arquitectura
del calostro de sus balbuceos
y el laurel que premia el cofre de su crecimiento.
Mi casa tiene mi piel y mi
agonía y en su pasillo se fue de súbito mi hombre
amado, mi otro corazón, hondo
y severo pilar, la encina de mi vida.
Mi casa guarda el humo de la
hoguera de aquel día. El borbotón del llanto
y la simiente inerte de los
geráneos no nacidos para cuando volvió la primavera.
Y los vértigos de las
desdichas tiene. ¡Y tantos y tantos desagües rotos!
Y la demencia de la abuela
coja, desarmado el intestino y rubicundo el genio.
Tiene la adolescencia de mis
niños y sus novias gacelas
tiene la primera regla de mi nieta, abandonada
al susto.
Y tiene el sueño lloroso en el vientre de su
abuela…
Son muchas las pieles de mi casa.
También tiene el trabajo y la alegría
y tiene funerales y un mantón lleno de heridas.
¡Y cuando se rompió la
lavadora y volaron mil peces de su oronda barriga!
Charcos, charcos, charcos, son
ahora mi piel. ¡Treinta años de piel
se arrancan, se devoran,
atronan con estacas la mente!.
Mi cama, mi almohada, mi
cuchara y mi brasero, la manta,
mi perrita, la cocina, las
cazuelas…mi vestido de novia,
¡las fotos, Dios, las fotos!
Abrir la ventana como todos
los días, ¡y gritar, gritar!
Y en esta piel espero otra
vez, dicen que otro recodo en el camino.
Hay, dicen, otra noche por
delante, otra noche más, esperándome
y luego ya vendrán a
despojarme, como a Cristo.
Y a colocarme la túnica de la
burla porque dicen que mi piel no es mía.
Todo cruje en la casa ahora y
las heridas van vertiendo líquenes
en los vasos comunicantes que
forman nuestros lazos.
El grito regresa a mi
garganta, virgen aún, sin la fuerza gutural del terror.
Abro de nuevo la ventana, miro
al cielo y me dejo caer.
Es hora de irse ya. Con mi
casa, con mi piel.
Es hora de volver al sueño.
De empezar de nuevo.
En mi casa.
En mi piel.
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